hace siete meses era lunes, me acuerdo perfectamente...como si fuera ayer.
me acuerdo que como cada lunes se oyò la puerta de la entrada y entraron las de la limpieza con su carrito, anunciandonos con sus ruidos nada considerados que era hora de abandonar la cama, que ya era hora...recuerdo que Sara y yo, en uno de esos intervalos en los que nos llevabamos bien nos dirijimos en pijama y con cara de pocos amigos a la casa de al lado, donde las crueles del carrito ya habían sido despachadas, como tantos lunes, ofreciendo casi desde la puerta el cambio de sàbanas y contentas seguro de no tener que limpiar en ese refugio de tantos.
en la habitaciòn de jacopo estabamos 5 personas, sin casi nada en comùn esperando lo mas coridalmente posible habalndo de todo y de nada entre frances e italiano. johnny seguia dormido fuera en su sofa-cama, sin camiseta, para variar.
Ese lunes fui con Rezar al IKEA, porque Vito no estaba y yo querìa un espejo y el alguien que le acompañara. Me lo encontrè por casualidad en la porteria y le gritè que me esperara 5 minutos y bajaba, lleguè con el pelo mojado recièn duchada y nos fuimos, tomamos un helado mientras eslegìamos una vajilla para su nueva casa y apuntamos meticulosamente los precios, modelos y medidas de todo lo que podìa interesarle.
Dentro del marketing mix se encuentra la ubicaciòn de los productos, es por eso mismo por lo que las galletas y esas guarradas, las velas monisimas de un euro y todas las chumindas susceptibles de ser un capricho ràpido se ponen en las proximidades de la caja, para que no puedas reprimirte mientras esperas tu turno para pagar. Yo fui claramente victima de aquella estrategia porque mis ojos se giraron a los de Rezar y le roguè como hubira hecho cualquier niña de 6 años con su padre que por favor me comprara esa caja azul de galletas, que estaban buenisimas y que aunque la idea del gengibre no era muy apetecible en verdad eran deliciosas. Rezar, como buen papà improvisado cediò a mis suplicas e incluyò la caja entre las otras cosas.
Cargaba mi espejo al primer piso y hacia equilibrios para llevar tambièn conmigo la merienda, todo mientras prometìa a gritos subir a la 308 en cuanto pudiera para compartir mi tesoro.Jonathan fumaba fuera.
Con la alegria que habia despertado en mi la compra, a modo de buena vecina y como compensaciòn por acojerme en su casa, màs dormida que despierta, esa misma mañana decidì ofrecerle una de mis raras galletas. No habiamos hablado mucho antes, en verdad casi nada, y la confianza entre nosotros se limitaba a un ciao en el pasillo o a alguna peticiòn culinaria tipica entre vecinos.
La caja de galletas parecia no querer abrirse, y a falta de fuerza y de mañana tuvimos que recurrir al cuchillo de cocodrilo dandee, que si bien era exagerado para la empresa fue finalmente efectivo. A estas alturas de la historia yo sigo manteniendo que fingiò que le gustaban las galletas para no quedar mal conmigo, èl dice que le gustaron de verdad.
Esa noche hicimos fiesta en casa, por un amigo de Sara americano que venìa por segunda vez en lo que llevabamos en Florencia y del que siempre tendrè un buen recuerdo. mucha comida, mucho alcohol, pelucas blancas...
EL RESTO ES HISTORIA.
hoy hace 7 meses, y me acuerdo como si fuera ayer.